Cultivando startups: la estrategia de Google para encabezar la revolución de la IA
Lo hizo Microsoft con Windows, y luego Apple con iOS, ahora Google busca al startup que le va a permitir escribir las reglas de la innovación marcada por la IA. La nueva columna de PROMPTING te explica los pros y contras de esta estrategia.

En la carrera por el futuro de la inteligencia artificial, ya no basta con tener los mejores modelos o el mayor músculo computacional. Hoy se trata de algo más sutil, más estratégico: moldear desde su nacimiento a quienes serán los protagonistas de ese futuro. Así podríamos leer la reciente iniciativa de Google: el lanzamiento de su AI Futures Fund, una apuesta multimillonaria no solo para financiar a startups prometedoras, sino para nutrirlas con acceso temprano a modelos avanzados como Gemini, asesoramiento personalizado y créditos de Google Cloud.
Es, sin duda, una gran oportunidad para cientos de emprendedores que necesitan algo más que dinero para despegar. El respaldo de Google implica no solo acceso a modelos de última generación, sino la posibilidad de acelerar procesos, validar ideas y lanzarlas al mercado con una legitimidad difícil de conseguir de otro modo. Para muchas startups, este impulso puede marcar la diferencia entre sobrevivir en la selva del capital de riesgo o escalar a velocidad de crucero.
Pero también es una jugada inteligente de Google para asegurar que la próxima generación de herramientas de IA no solo crezca, sino que crezca bajo las reglas de esta empresa.
Hay que reconocerlo. Abrir las puertas de la tecnología más potente del planeta a pequeñas compañías con grandes ideas es, primero que nada, democratizante. La IA, como lo discutimos en columnas anteriores, se vuelve más útil y relevante cuando es accesible a más gente y en distintos contextos. Y muchas de estas startups probablemente crearán soluciones más empáticas, más localizadas, más humanas, gracias al impulso inicial de este fondo.
Además, Google no solo pone a disposición modelos y recursos técnicos, sino el acompañamiento de expertos en ingeniería, marketing, diseño de producto. En un campo donde el talento es escaso y la curva de aprendizaje empinada, ese tipo de acceso puede ser determinante.
Encima de esto, es imposible ignorar que junto con las herramientas, Google también siembra infraestructura. Los modelos con los que se construyen los productos, las APIs con las que se conectan al mundo, la nube sobre la que se sostienen. Como señala el propio anuncio, lo que está en juego no es solo el financiamiento, sino la definición de qué herramientas se usan, qué estándares se consolidan, y quién controla el ecosistema desde sus cimientos.
Esto no es nuevo en el mundo tecnológico. Lo hizo Microsoft con Windows, lo hizo Apple con iOS, pero lo que vuelve esta estrategia especialmente poderosa hoy es el ritmo al que evoluciona la IA. En este entorno, tener una ventaja inicial —una ventana de seis meses de acceso exclusivo, por ejemplo— puede marcar la diferencia entre ser una empresa game changer o un nombre más en el océano de startups.
La metáfora más precisa podría ser la de un sandbox (caja de arena): un entorno seguro y controlado donde se pueda experimentar con libertad. Google ofrece eso y más. Pero conforme más compañías emergentes dependan de esa infraestructura, el sandbox se vuelve un modelo de jardín amurallado.
Ahora bien, no todo jardín amurallado es necesariamente opresivo. También puede ser un entorno fértil, cuidado, donde las ideas florecen más rápido porque tienen los nutrientes necesarios: cómputo, conocimiento, comunidad, visibilidad. Hay algo que decir sobre el valor de crear dentro de un marco sólido y con garantías de escalabilidad.
La pregunta, entonces, no es si este modelo es bueno o malo, sino qué tanto espacio hay para desviarse del camino trazado. Porque incluso en los entornos más fértiles, la diversidad requiere aire y autonomía.
La jugada de Google es brillante porque combina apoyo, visibilidad y captura de mercado en una sola jugada. Pero también es una invitación a reflexionar. Si el acceso a los mejores modelos depende de alianzas privadas, ¿qué tipo de innovación estamos dejando fuera del juego?
Y aún más, ¿cómo aseguramos que el futuro de la IA no solo sea eficiente, sino también plural, justo y representativo? ¿Qué oportunidades tendrán las grandes ideas que no estén desarrollándose bajo el manto de los gigantes tecnológicos?
Porque si algo nos ha enseñado la historia reciente, es que el futuro rara vez lo escribe quien tiene la mejor idea. Lo suele escribir quien tiene el poder de decidir cuál se implementa primero y sobre qué nube.